El árbol de las mariposas

Parte I


Todos los días de verano, cuando el sol hacía horas que se había despertado, dejando que la plateada luna descansara después de una noche de duro trabajo, Marta  y su pequeño hermano pequeño, Carlos, hacían siempre lo mismo durante sus vacaciones de verano.
Su madre los despertaba dulcemente entre infinitos y tiernos besos e insoportables cosquillas de hormiguitas, como  ella las llamaba. De esa manera conseguía una sonrisa de sus labios, incluso antes de que sus ojos se abrieran aún con el sueño dibujado en ellos.Y les preparaba un suculento desayuno veraniego mientras ellos se vestían.
Después de desayunar y dar un fuerte y sonoro beso a su madre, salían corriendo para ir a jugar al bosque que estaba dentro de la parcela de sus padres, y donde ellos tenían una pequeña cabaña de madera que habían construido con ayuda de su padre.

Al llegar aquella mañana a la cabaña pintada de colores y abrir la pequeña puerta de madera verde, vieron dentro, sobre la caja de cartón que hacían servir como mesa en sus juegos, o para meter dentro las cosas que se iban encontrando en sus aventuras por los lugares del bosque a los que sus padres les dejaban ir, una increíble mariposa de enormes alas, dibujadas con preciosos colores naranjas y rojos, y una estrella en cada una de ellas, que los miraba como si supiera quienes eran ellos y los estuviera esperando.
Fue entonces cuando la mariposa se posó sobre sus dos patas traseras, imitando la postura de los niños. Los dos niños la miraron atentamente y luego se miraron el uno al otro, extrañados.

- No puede ser - dijeron al mismo tiempo.
- No puede ser, ¿el qué? - preguntó la mariposa con una fuerte voz, imposible para una criatura tan pequeña y delicada, y aún más si pensaban que era un animal.


Parte II

Volvieron a mirar a la pequeña mariposa de enormes alas, con los ojos abiertos como platos y la boca haciéndoles juego.

- ¡¿Puedes hablar?! - gritaron. Sorprendidos por lo que acababan de escuchar después de salir del estado de atontamiento que les había causado oír hablar a aquella mariposa.
- Claro, igual que vosotros - les contestó la mariposa, extrañada por la reacción  que habían tenido.
- Pero nosotros somo niños y tu una mariposa. Los animales no hablan - dijo Marta con contundencia.
- ¿Por qué no? - preguntó la mariposa, sin mover una sola de sus antenas.
- ¡Por qué no! - exclamó Marta con los brazos en jarra, molesta por una pregunta sobre algo que para ella estaba tan claro -. ¿Por qué me miras así, Carlos?
- Acabas de hablar como mamá - le dijo su hermano, algo divertido.
- ¡No, no lo he hecho! - exclamó Marta.
Sí, sí lo has hecho - replicó Carlos.

Y comenzó con una de sus eternas peleas de " sí o no", a las cuales sus padres se habían habituado y a la que ya no prestaban atención, ya que al cabo de un rato se olvidaban del motivo por el que habían empezado y paraban sin más.
Para ellos era algo normal, pero para una mariposa no lo era e intentó pararlos.

- Perdonad, pero... - intentó interrumpir la mariposa.
- ¡NO!
- ¡SÍ!

Seguían los niños inmersos en su pelea.
Después de su pacífico intento para que parasen y no conseguirlo, lo intentó de otra manera más... sonora. No podía estar mucho tiempo de aquella manera.

- ¡PERDONAAAAAAAAAD! - gritó la mariposa.

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